Historia de los funerales en el mundo

La mayoría de nosotros ha acudido a un funeral: el féretro en el centro, los dolientes alrededor, muchas flores, muchas lágrimas y mucho negro. ¿Cómo fue que se llegó a esa concepción? ¿Dónde está escrito que es así que debe despedirse a un ser querido? En MV Aseguradores nos metemos en los entresijos de la historia de los funerales en el mundo para explicártelo.

Historia de los funerales

Se dice que en Egipto, el funeral dependía de la conducta del fallecido. Si se trataba de una persona cuya vida se considerara reprochable -lo que era determinado en una junta pública- el cadáver reposaba en un «tártaro», nombre que se se daba una fosa común.

De tratarse de una persona buena, el funeral sí contaba, siempre y cuando el fallecido no tuviera deudas. En ese caso, los dolientes debían pagar lo que se debía antes de organizar la última despedida.

En algunas poblaciones de la India se mantiene la tradición de cremar el cadáver y lanzar las cenizas al río, en una pira. Las viudas ahora la tienen más fácil, pues hasta el siglo XX estaban obligadas a arrojarse al agua. Cuando la colonia inglesa se introdujo en ese país, la costumbre fue borrada.

Hasta treinta días de ayuno debían tener los parientes más cercanos a los príncipes y reyes judíos tras su muerte. Según la tradición, debían llevar la cabeza descubierta y andar descalzos, además de dormir sobre cenizas. El cadáver solía ser enterado.

Con un gran banquete terminaban los funerales de los atenienses. No es para menos, después de la larga y agotadora ceremonia que organizaban tras la muerte de alguno de sus miembros. El cadáver era lavado y perfumado. Se colocaba en el vestíbulo de su casa y se tocaba la flauta y las mujeres gritaban y los amigos y parientes le tocaban el cabello al fallecido. Después se quemaba e inhumaba el cuerpo.

Los italianos también mostraban rituales diferentes. En la antigua Roma, tras la muerte de alguna persona, se le quitaba la sortija, se cerraban sus ojos y se les llamaba tres veces por su nombre. El cuerpo se lavaba y vestía con los mejores trajes. Era expuesto por varios días para que fuera visitado por amigos y familiares.

Enterrar el cadáver también tenía su truco. Solo se podía hacer de noche y se hacía con una larga comitiva integrada por un maestro de ceremonias, músicos, llorones, arquimimos, esclavos libertos, retratos e insignias del fallecido. El traslado del cuerpo se hacía en una litera funeraria y se elogiaba a la persona si era importante. Finalmente, los restos eran llevados a una pira encendida para que se quemara. Las cenizas se depositaban en una urna y llevadas al sepulcro familiar. Después del entierro, había un gran banquete.

Si el fallecido era de bajos recursos, se enterraba en un ataúd común, sin mayor ceremonia. Para la clase media había una opción: colegios funerarios cuya inscripción aseguraba una sepultura decorosa, un concepto muy similar a los seguros de decesos actuales.

Los cristianos enterraban a los difuntos. En caso de los mártires, se acostumbraba inhumar los cadáveres en catacumbas. Finalmente se decidió que las personas de dinero pudieran ser enterradas dentro de las Iglesias.